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30-07-2025  |  Locales 33
    

No comprender las bondades del cooperativismo es un acto de ceguera socioeconómica inadmisible



Por José Yorg, el cooperario





“Es más, ¡hasta los burros lo comprenden!”

Sigo sosteniendo con firmeza —y con pruebas históricas, educativas y sociales— que el cooperativismo no es sólo una opción válida, sino una necesidad vital en contextos de crisis como el que atravesamos. Argentina, desde el siglo XIX, desarrolló una cultura productiva profunda y resiliente bajo el amparo del movimiento cooperativo. Allí donde el Estado no llegaba y donde el mercado excluía, la cooperación creó tejido social, trabajo, producción y esperanza.

Años atrás afirmé, sin rodeos, que no comprender las bondades del cooperativismo equivale a una forma de ignorancia supina peligrosa, cuando no a una obstinada estupidez política. Hoy lo reafirmo con aún más convicción, en tiempos donde resurgen con violencia ideologías individualistas, egoístas y regresivas que desdeñan lo colectivo y destruyen todo lo que huela a comunidad organizada.

Y sin embargo, no ofrecen ningún plan serio de desarrollo. Sólo ajuste, represión y mercado para unos pocos.

La experiencia del programa “Argentina Trabaja” —con todas sus falencias— demostró que el cooperativismo no es discurso vacío, sino una vía concreta de inclusión productiva, donde miles encontraron dignidad, organización y sentido. Las cooperativas de trabajo no sólo producen bienes y servicios, también generan ciudadanía, autogestión y sentido colectivo de pertenencia.

Hoy, mientras Europa —y el mundo entero— clama por una reestructuración profunda del modelo económico, vemos que la respuesta de las élites es siempre la misma: más ajuste, más precarización, más sufrimiento. ¿Hasta cuándo se insistirá en recetas que fracasaron una y otra vez?

¿No será que ya no estamos ante una mera crisis económica, sino ante la decadencia final del sistema capitalista financiero globalizado? Incluso economistas de renombre anuncian que la próxima gran tormenta será por el lado de la deuda pública impagable, revelando que el capitalismo ha agotado su fase de expansión y sólo queda el repliegue furioso y represivo.

Desde Francia a EE.UU., los síntomas son evidentes: pobreza creciente, exclusión sistemática, salarios degradados y falta de perspectiva para las mayorías.

Por eso, desde mi lugar de educador cooperario, vuelvo a enseñar, vuelvo a insistir. Como lo haría con los alumnos más rezagados, tardos en aprender, en realidad, repito lo esencial: ¡Es hora de pensar otra organización de la producción social!

Un mundo donde el trabajo deje de ser castigo y vuelva a ser arte y talento. Un mundo donde la armonía con la naturaleza no sea utopía sino política pública. Un mundo donde la economía esté al servicio de la vida y no al revés.

Esa herramienta existe. Está a nuestro alcance. Se llama Cooperación.

Y quienes se niegan a comprenderlo —y siguen apostando a modelos fracasados, injustos y violentos— son, simplemente, cegados por la ideología o por el interés. ¡¡Y eso, sí: es ser un imbécil incorrigible!!

¡En la fraternidad, un abrazo cooperativo!




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